lunes, 23 de junio de 2014

El Ladrido


¡Clame el cielo y la tierra! ¡Húndase el débil en el barro y que renazca el valeroso de la ciénaga! La luz de un nuevo horizonte alcanza la valerosa tierra de la esperanza.
En el murmullo del día a día vive una pequeña mota de polvo a la que me gusta llamar novedad tardía. Esta recoge el nihilismo mundano, nada puede pasar, y lo transforma en ansias de escarmiento y libertad natural. ¿Acaso no gritamos al sorprendernos con el inmediato de por medio? Hoy he tenido la oportunidad de eso y mucho más.
Las paredes eran blancas, sino cegadoras cara al sol, y las puertas de vidrio angelical. El aviso es falso pues el interior es más fuerte y majestuoso de lo que la primera pisada pueda albergar. La escalera no teme al girar y en su dorada barandilla floral reposa su elegancia.  El pasillo nos lleva al jardín anhelado que las hadas han sabido adornar con árboles, plantas y encanto.  Los violines resuenan con pureza y nervios, ha llegado la persona anfitriona que nos muestra el balcón del lugar. ¡Que dé comienzo el baile! Dice un elfo escondido ahí atrás.

El desfile de ropajes es largo y efímero, mientras que las risas acompañantes solo difunden alegría y dinamismo.  Aguanta día, que para la noche siempre hay tiempo. Frescor y hierba, recuerdos y leyendas, acabamos con el pasado de un solo ladrido y engendramos un futuro con el primer suspiro.  La manecilla no aguanta nuestro ritmo, el tiempo ha sucedido y el sol se despide entristecido, adiós buen amigo. Piel con piel, alcanzo el calor derretido y el aroma humano huye de mi sentido. Quédate conmigo, huye conmigo, vive en mí. Está noche soñaré con las estrellas, estoy convencido.

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