¡Clame el cielo y
la tierra! ¡Húndase el débil en el barro y que renazca el valeroso de la
ciénaga! La luz de un nuevo horizonte alcanza la valerosa tierra de la
esperanza.
En el murmullo
del día a día vive una pequeña mota de polvo a la que me gusta llamar novedad
tardía. Esta recoge el nihilismo mundano, nada puede pasar, y lo transforma en
ansias de escarmiento y libertad natural. ¿Acaso no gritamos al sorprendernos
con el inmediato de por medio? Hoy he tenido la oportunidad de eso y mucho más.
Las paredes eran
blancas, sino cegadoras cara al sol, y las puertas de vidrio angelical. El
aviso es falso pues el interior es más fuerte y majestuoso de lo que la primera
pisada pueda albergar. La escalera no teme al girar y en su dorada barandilla
floral reposa su elegancia. El pasillo
nos lleva al jardín anhelado que las hadas han sabido adornar con árboles,
plantas y encanto. Los violines resuenan
con pureza y nervios, ha llegado la persona anfitriona que nos muestra el
balcón del lugar. ¡Que dé comienzo el baile! Dice un elfo escondido ahí atrás.
El desfile de
ropajes es largo y efímero, mientras que las risas acompañantes solo difunden
alegría y dinamismo. Aguanta día, que
para la noche siempre hay tiempo. Frescor y hierba, recuerdos y leyendas,
acabamos con el pasado de un solo ladrido y engendramos un futuro con el primer
suspiro. La manecilla no aguanta nuestro
ritmo, el tiempo ha sucedido y el sol se despide entristecido, adiós buen
amigo. Piel con piel, alcanzo el calor derretido y el aroma humano huye de mi
sentido. Quédate conmigo, huye conmigo, vive en mí. Está noche soñaré con las
estrellas, estoy convencido.